Homeria, tierra sin dioses, no es un lugar fácil para vivir. Sin embargo, allí es donde se desarrolla la historia que Eduardo Noriega narra en “Todos los días muere alguien”. Del título se podría decir que es bastante premonitorio, pues a lo largo de la historia las muertes caen página tras página como las manzanas maduras lo hacen de un árbol. El peligro se esconde tras cada esquina de un misterioso viajero que peregrina con su perro en busca de un libro: el Libro Lacre. Es ese un libro que (él así lo cree) cambiará el mundo, supuestamente para mejor, si alguien con la sabiduría y la capacidad adecuadas utiliza su contenido de la forma correcta.
Profusamente documentada e ilustrada por el propio autor, como buena novela de género fantástico que es, “Todos los días muere alguien” invita al lector a sumergirse en lugares, personajes, tiempos, criaturas, costumbres y prácticas que, fuera de sus páginas, serían imposibles de imaginar.
