El capitán Salva Dorgue

Hoy, echando un vistazo melancólico a mis historias, he caído en que no había hablado de otro de los gigantes de la trama, el capitán norteño Salva Dorgue.
Salva Dorgue 240901

El capitán lengonita (gentilicio que me salió para los oriundos de la áspera península Lengua de Dragón) Salva Dorgue fue enviado por su señor a representar a su pueblo en la guerra que se avecinaba, para servir en la hueste Ferrison, como vasallos del duque que son, al pertenecer todo el territorio norteño al ducado Ferrison, allá en la génesis de mi historia.

Capitán de la más temida y remembrada facción del ejército norteño, los Jinetes de Hielo y Acero, Dorgue no conoce el miedo ni la derrota. Partió a la guerra contra los Mongaut en la idea de hacer sentir orgulloso a su señor por la participación de sus hombres en la contienda. Nunca nadie podrá afirmar que una escuadra bajo su mando se rindió ante el enemigo, por superior que este fuese. Nunca dejarán de cantarse sus hazañas ni de celebrarlas con un buen pichel de cerveza.

Chaparro, con cabellos canosos coronando su testa y mirada plateada como la nieve que cubre las montañas de su lejano norte, con hombros anchos que denotan una fuerza incontenible, siempre preparado, siempre vestido para salir inmediatamente a donde sea menester, Salva Dorgue nunca acusará cansancio ni dejará abandonado a un compañero de armas.

A un personaje de rasgos tan marcados como este había que dotarlo de otras peculiaridades para darle la profundidad que merece la saga de «El Libro Lacre», algo que logré poniéndolo en problemas, como hace todo buen escritor insensible a los padecimientos de sus personajes. Como un servidor.

¿Qué problema inventé? Pues una guerra, cómo no, donde las cosas nunca suceden como se espera. En la primera gran batalla que describo en la saga, la acaecida junto al arroyo de Aceby, el capitán Dorgue se topó con el general Barry, comandante de las fuerzas enemigas. Algo sucedió entonces que cambió para siempre su ser, su comportamiento para con el mundo y su modo de abrazarlo todo.

Barry era quizá el único enemigo a su altura en aquel día: jamás vencido, curtido en mil luchas, conocedor y estudioso de la ciencia de la guerra como ningún otro soldado de su tiempo, sentía por su señor el aprecio y el deber de defenderlo de todo mal que es necesario en cualquier guerrero para resultar útil a su patrón. Pero su señor era el enemigo del señor de Dorgue. Cosas de las guerras.

Estos dos titanes de la gloria y la muerte, ambos más que veteranos, uno con su mandoble de enorme talla y el lengonita con su spatha (las espadas cortas de los lengonitas, que pergeñé inspirado en las falcatas íberas de las que los romanos crearon sus gladius), que todos los lengonitas llevaban cruzadas sobre el escudo a la espalda y les permitía luchar con ambas manos, libraron uno de los combates singulares de más renombre de los cuatro libros.

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¿Y cómo terminó? Reconociendo cada uno el valor y el honor del contrario, ambos vivos y exhaustos, pero uno, nuestro capitán lengonita, un poco más dañado que su rival.

Cuando las páginas y los tumbos de la historia hicieron que las fidelidades se evaporasen como el humo de una hoguera muerta, estos dos nobles militares, más amigos de las incomodidades de la vida castrense que de las intrigas palaciegas, convirtieron esa rivalidad en otra cosa, más compleja, más valiosa. Más aprovechable. Me permitirán que no lo desgrane del todo aquí, que bastante spoiler he hecho con el párrafo anterior.

Pero alguien como el capitán Dorgue no podía renunciar a su ser, a su vida, a su destino en Homeria, por una lesioncita de nada. Como empecinado hombre del norte, capaz de sobrevivir un invierno en las tierras más duras de Homeria con solo un cuchillo y un pedernal, no iba a arredrarse y quedarse a lamer sus heridas en casa hasta morir de viejo. Recomponerse en un verbo que en Lengua de Dragón conjugan a la perfección.

Más adelante, me permití ciertas licencias, escarbando en su pasado, su llegada a servir a su señor, sus inicios en el ejército lengonita, para sacar a la luz una pasión que hasta él mismo creía dormida, por esa niña que conoció un día y que terminó siendo una magnífica mujer a la que debía obediencia y sirvió con orgullo.

Salva Dorgue, capitán de los Jinetes de Hielo y Acero, montado sobre Toal, su yegua ruana, bajita y maciza como él, incansable y diestra en sus movimientos como él, es otro de esos personajes por los que siento una especial predilección (temo que esto ya lo he dicho antes: ¿lo sentiré por todos?), que orgullosamente os presento hoy tal y como salió de la avezada pluma del gran Ángel Castro.

Felices lecturas.

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Eduardo Noriega

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Natural de San Vicente de la Barquera, Cantabria, de las leonesas tierras del Órbigo y de otras partes del mundo por donde he ido dando tumbos…

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