Han pasado muchas cosas desde mi última entrada pero, por suerte para mis lectores, esto no va de actualidad. De modo que estas palabras pueden leerse siempre, da igual lo que pase en el mundo. Hoy toca hablar (léase escribir) acerca de los nuevos proyectos.
En primer lugar, hay que acotar de lo que hablo al citar a los nuevos proyectos. No me refiero a lo que la gente llama de igual modo, al referirse a las gazmoñas propuestas de convertirnos en mejor persona (nadie quiere ser peor), algo que la gente de bien presume de hacer a principios de cada año (dentro de poco). O cuando una pandemia anda haciendo de las suyas por el mundo. No es mi caso.
Hablo de eso que, como mínimo, ha de poder llamarse proyecto. ¿Qué es un proyecto? Voy a olvidarme de las definiciones que hace el DRAE, que se quedan notablemente cortas. Permitidme que tire de mi otra mitad profesional, esa ingeniería que tanto me complica y me resuelve la vida, y aplique una definición que creo muy acertada.
Un proyecto podría definirse como un esfuerzo temporal que se lleva a cabo para crear un producto, servicio o resultado único y para el que se establecen un inicio y un final determinados y dentro de unas condiciones dadas.
Esos plazos luego se cumplirán o no (depende de muchas variables, como bien conocen todos los que se dedican o sufren las obras) pero, una vez comenzamos, ha de tenerse previsto cuándo finalizará la tarea. Aunque ese cuándo sea nunca. Pero han de existir porques si no, ¡qué más da todo!
Tendría que haber acabado mi manuscrito en este mes y todavía no alcanzo ni a la mitad. ¡Qué más da!
Esta obra ya tenía que haber acabado y todavía estamos con las cimentaciones. ¡Qué más da!
Había pensado adelgazar diez kilos para empezar a hacer montañismo antes de septiembre, pero es octubre y peso trece kilos más que cuando empecé. ¡Qué más da!
Iba a llevar a mi familia de viaje este verano, pero ya empieza el curso, nos hemos quedado aquí todas las vacaciones haciendo el vago y me miran con ojos asesinos cada vez que hablo. ¡Qué más da!
Más sobre nuevos proyectos:
Trato mis obras, además de como una enorme diversión, como proyectos. Llamadlo deformación profesional o estupidez o neuras o dedicación o lo que os dé la gana. Todo el tiempo que me llevan, que suele ser mucho (todavía no me ha dado por cuentos breves… ya probaré), está planificado. El inicio y el final de cada una de las etapas (manuscrito, revisiones, diseño, maquetación, edición…) es conocido o estimado al menos, desde el primer momento. ¡Incluso tienen su presupuesto!
Debo conseguir el resultado buscado, aunque no sea del agrado de los demás, quizá de nadie. En mi cabeza está muy claro, aunque luego acabe saliendo por peteneras.
Tengo que poner en ello todo mi esfuerzo, aunque sea el poco que me queda tras solventar el día a día.
Debe ser único, nuevo, nunca visto.
Sobre esto último podría hablarse mucho. No busco que mis obras ni yo podamos ser llamados innovadores (o dicho con otro palabro que me encanta: neotéricos). Además de la autocomplacencia egoísta pasarlo bien escribiendo, de sacar a las historias de la cárcel superpoblada de mi cabeza, lo que busco con mis relatos es que hagan disfrutar, con un poco de suerte pensar, al lector.
Pero también es cierto que han de tener un mínimo grado de novedad. No pueden sacarse a la luz historias como quien hace sellos. Dudo mucho algún día inicie una corriente literaria disruptiva con los modos anteriores. Pero si alguien leyera algo mío y pensara «esto es igual que tal libro», tendría un instante de orgullo al ser comparado con un escritor de renombre al que seguiría una vida de decepción porque el lector pensara que no hecho sino una copia de la obra de otro, tan original como una banda tributo.
Así, los proyectos que tengo entre manos ahora, medio conocidos unos y totalmente nuevos otros, fuera de plazo unos y cumpliendo la planificación con disciplina casi militar otros, están camino de su resultado. Sea el que sea.
Proyectos, proyectos, proyectos.
Felices lecturas.
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